¡Aquí no vas a robar, bichita!

Cuando uno viene de Venezuela, y después de haber cubierto la fuente de Sucesos durante tantos años, ve la delincuencia de una manera diferente. Uno conoce a sus malandros y sabe cuándo y dónde está expuesto, pero cuando trabajas en una tienda, y en España, uno se relaja y cree que está en Suiza. 

Pero no, señores, no se dejen engañar por esa calma con la que se vive en estos países, donde los titulares de homicidios casi siempre son de tipos que matan a sus parejas o exparejas, y uno que otro loco por ahí que saca un cuchillo. Hay que tener en cuenta que en España, durante todo el año pasado, hubo sólo 325 homicidios. Pero ajá, que no anden matando a la gente no quiere decir que esto sea el paraíso. 

El detalle está en que hay mucho robo y  hurto de oportunidad, y la tienda en la que trabajo está ubicada en una zona turística, donde los rateros han decidido hacer su agosto, cada semana. Al principio uno se frustra, porque piensa: ¿Por qué se roban la ropa? (póngale usted el tono de frustración), ¿cómo no me di cuenta?, me están viendo la cara de idiota constantemente.  No puede ser que cada día te consigas una, tres y hasta siete alarmas de seguridad, por ahí tiradas y no hayas visto quién fue el ratero que se llevó las prendas y que te dé un infarto cada vez que suena la alarma de la entrada y sales corriendo a ver qué se llevaron, pero bueno...

Entonces te conviertes en una suerte de Sherlock Holmes de la moda, en el Zara chino -así llaman en España a Mulaya- y empiezas a verle la pinta de sospechoso a cualquiera que entra a la tienda y ande con actitud de que no busca nada en concreto. Entiendes la cara de culo que pone el vigilante de Zara cuando ve entrando gente con paquetes, y sabes la impotencia que sienten esos pobres señores, cuando se dan cuenta de que han robado y no vieron quién fue.

De antemano, pido perdón por juzgar a la gente sólo por cómo se ve, pero cuando entra en la tienda una mujer que me parece sospechosa, yo me le quedo viendo fijamente, me le acerco, finjo una sonrisita de amabilidad, pero por dentro estoy pensando ¡Aquí no vas a robar, bichita. Te estoy viendo!  Me imagino que ellas pensarán "está no se va a voltear un segundo para otro lado", pero no, amiga, te jodiste, porque dependiendo del día y del estado de ánimo, mi meta es no dejar que se roben nada, ¿me oíste? 

No siempre se logra. Te volteas a colgar una prenda o entras al almacén por un par de zapatos y cuando te das cuenta, suena la alarma y se han llevado todo el frontal de la entrada, con las prendas de ropa más cara de nueva colección y tú te quedas ahí, con tu cara de bolsa. 


Cuando eso pasa, te ríes y piensas: Ajá, si llego a darme cuenta de que están por robar, ¿qué puedo hacer yo contra esa gentuza? Nada, y menos después de que hace unas semanas atrás mataron, de una puñalada, a la dueña de una tienda de la zona, para robarle la plata de su local.      

Lo tengo clarísimo, mi trabajo es vender la ropa, no cuidarla, pero esa tensión de pensar que llega gente constantemente, con la intención de robar, le da el toque de adrenalina justo a cada jornada de trabajo. Mientras, yo seguiré poniéndole cara de ¡aquí no vas a robar, bichita! a cuanta mujer entre con pinta de sospechosa, aunque con eso no haga nada, porque todos los días nos roban.
 

Comentarios